Las toallitas se convierten en el monstruo de las depuradoras

El lado oscuro de las toallitas húmedas: estragos al medio ambiente y sobrecostes al ciudadano

El mercado de las toallitas húmedas está en pleno auge. Aunque inicialmente fueron diseñadas para el cuidado del bebé, el sector se ha extendido y se pueden encontrar una gran variedad. Están las que sustituyen al papel higiénico, para limpiar los cristales/espejos, los muebles, baños, para quitar una mancha de la ropa, para los zapatos o desmaquillantes. Perfumadas, fáciles de usar e incluso biodegradables. Así se venden. Y así las utilizan muchos ciudadanos, convirtiendo el retrete en un simple cubo de basura o vertedero y pensando que con solo tirar de la cadena o apretar el botón desaparecen. Este mal uso y hábito tan generalizado e inconsciente causa estragos en el medio ambiente, trae de cabeza a los gestores de la red de saneamiento del agua y genera unos sobrecostes en los bolsillos de la población.

Se les acuñó con el hashtag el monstruo de las toallitas. De tacto suave cuando se desechan por el WC se transforman y muestran su lado oscuro convirtiéndose en una masa que atrae como si fuera un imán suciedad y otros residuos. Difíciles de destruir, al agruparse formando grandes madejas de fibras, son capaces de obstruir el alcantarillado y las conducciones de aguas residuales. “Se  han convertido en uno de los principales problemas en saneamiento”, afirma María Flor García, directora de Depuración de Aguas de Alicante, quien lamenta que este problema que se ha agravado en los últimos años todavía sigue siendo un gran desconocido para la población en general.

“El papel higiénico es celulosa y se disuelve en el agua, la toallita es un textil, no se disuelve, como mucho se desagrega en fibras y éstas perviven”, destaca. No desaparecen por arte de magia. Al contrario, se unen en grandes marañas. Y es que, “además de ser hidrofílicas, que absorben bastante el agua, tienen mucha querencia por materias grasas aunque no sean orgánicas, también de índole industrial, grasas que pueden ir impregnadas en las propias toallitas o en otros productos sanitarios y atraen contaminantes orgánicos que están en el alcantarillado. La amalgama de grasas y otros productos, junto con las toallitas, forman un material de soporte que va creciendo y el propio entramado a nivel físico hace retención de otros elementos que tampoco deberían desecharse como bastoncillos del oído, compresas, pañales… No se le da importancia pero ese bastoncillo se pega a la toallita y forma una estructura”, explica la directora de Depuración de Aguas de Alicante.

En septiembre de 2017 una enorme bola de grasa solidificada de 130 toneladas bloqueó las cloacas del este de Londres y otra mole de toallitas del tamaño de siete coches colapsó un colector de aguas residuales de San Sebastián. Un mes después, en Valencia, un inmenso tapón de más de 100 toneladas de peso obstruyó la principal conducción de aguas residuales de Valencia, un colector de cinco metros de ancho por 2,4 de altos. Estos son algunos de los casos que han tenido un mayor impacto para el ciudadano. Sin embargo, los problema que causan las toallitas están a la orden del día aunque no se visualicen. Atascos en conducciones y estaciones de bombeo que pueden dar lugar a desbordamientos de aguas fecales -agravándose los días de lluvias- con el consiguiente daño medioambiental.

Difíciles de destruir, al agruparse formando grandes madejas de fibras, son capaces de obstruir el alcantarillado
Difíciles de destruir, al agruparse formando grandes madejas de fibras, son capaces de obstruir el alcantarillado

Información errónea

La invasión del monstruo de las cloacas ha obligado a aumentar la frecuencia de limpieza, para evitar atascos que provoquen vertidos, y más inversión en tecnologías para sustituir, por ejemplo, equipos de bombeo por otros de mayor potencia que puedan soportar la entrada de este material de gran resistencia. ¿Y quién paga el sobrecoste del mantenimiento? Los ciudadanos.

Según puntualiza Flor García, “las inversiones en mejor tecnología para el tratamiento del agua, independientemente de las toallitas, siempre vienen bien, pero estamos haciendo un esfuerzo añadido que al final pagamos todos con nuestros impuestos y se podría destinar a otros sectores y no para quitar porquería”.

La Asociación Española de Abastecimiento de Agua (AES) estima que este mal uso cuesta entre 3 y 6 euros por persona y año. Es decir, 200 millones de euros en toda España, con incremento en más de un 30% en los costes de la red de limpieza del alcantarillado en los últimos años. Incalculables son los daños medioambientales.

Algunas marcas garantizan al consumidor que sus toallitas son biodegradables. En el hipotético caso que fuera así, el tiempo medio para que ocurriera es de unos 30 días teniendo en cuenta el material que actualmente está a la venta. Por contra, desde que la gota del agua sale del WC y llega a la depuradora no se tarda ni 24 horas. Otras marcas incluso aconsejan que como máximo se tiren dos al inodoro para evitar atascos. La información que se facilita al usuario no es real, -añade la directora de Depuración-, “pero creo que es por desconocimiento de los fabricantes sobre lo que ocurre en la red de saneamiento o qué problemática asociada puede tener la acumulación de volúmenes extraordinarios”.

Hasta el momento, al ‘monstruo’ de las toallitas no hay quien lo frene. Las campañas de concienciación, -se han lanzado infinidad por todo el país-, no están teniendo los resultados esperados y a través de la plataforma change.org hay quien pide que se prohíba su venta. “No se puede dejar toda la responsabilidad en el consumidor ni tampoco en la administración para que vaya avanzando tecnológicamente porque va a suponer un esfuerzo económico. Es un problema de todos, no hay una conciencia efectiva y, además de una campaña potente, tendría que regularse para que se prohíban estas indicaciones que reciben los consumidores”, apunta. Con un gesto tan sencillo como tirarlas a la papelera se solucionaría. ¿Cuesta tanto?

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