Cuando el trabajo y el ocio se viven en Internet es necesario reflexionar sobre las dudas que generan. Esta era una de las ideas en las que se basaba el Centro de Inteligencia Digital, Cenid. Sobre estas materias organizaron un encuentro digital que dirigió el doctor en filosofía Lucas E. Misseri. Para este profesor invitado del Departamento de Filosofía del Derecho y Derecho Internacional Privado de la Universidad de Alicante, con la ética digital se plantea «cómo tener una vida moralmente buena frente a esos desafíos que nos encontramos». Y más ahora, cuando «con los condicionamientos de la pandemia hemos visto que se han agravado».
Paso a paso. «Si bien el ser humano ha estado siempre asociado a la tecnología, esta media cada vez más nuestras interacciones, hasta niveles inauditos». Misseri destaca que esto «es algo que inevitablemente vino para quedarse». La cuestión, añade, es el cambio que llega con las tecnologías de la información, que nos permiten «ciertos modos de comunicación que traen problemas especiales».
Y eso considera que afecta mucho a cómo actuamos. «Hay algunos estudios que dicen que online estamos dispuestos a hacer cosas que no haríamos de modo presencial», señala. Por ello cree que hay que responder a una pregunta clave: «¿La gente es mala en las redes sociales?». Una pista sobre esa desviación del comportamiento entre el ámbito digital y el real lo encontraríamos en los comentarios a las noticias de los periódicos o en las redes sociales. En ellas se pueden leer «ataques sin ambages. Eso sería muy poco frecuente que se juntara todo el mundo a rodear e insultar a alguien. Son fenómenos que demandan repensar la convivencia y el buen accionar».
Las tecnopersonas
En esa reflexión, uno de los puntos en el que la ética digital tiene que detenerse es en considerar el papel que juega la tecnología. «Ya no es un mero instrumento sino que media nuestra acción. ¿Y qué quiere decir que media? Muchas veces la damos por sentada», razona. Y eso le devuelve a la relativa facilidad con que se ataca en las redes, «no vemos que estamos comunicándonos con otra persona y que se generan daños». Eso sí, Misseri aclara que su visión global no es totalmente negativa, «hay que tomar lo mejor de esto».
Igual que la intervención humana modela el planeta —y por eso ya hay especialistas que demandan definir la época actual como antropoceno—, la tecnología lo hace con la persona. En la charla, Misseri presentaba el concepto de las tecnopersonas, lanzado por los filósofos Javier Echeverría y Lola Almendros.
«Estos hacen referencia a que tenemos tres entornos», argumenta, «el físico y natural, el social de las normas y el tercero mediado por lo digital, que no es meramente comunicativo sino que es constitutivo». Según ese razonamiento de Echeverría y Almendros, «los seres humanos generamos en ese entorno tecnopersonas: conjunto de datos, imágenes y sonidos que están desprotegidos». Aquí Misseri puntualiza que este concepto le interesa más como arranque para una diálogo sobre el mismo que por estar de acuerdo con él. «Lo que tratan de poner de manifiesto es que hay una necesidad de regulación y protección de este tipo de interacciones de, si se quiere, nuestra personalidad en el contexto del entorno digital».
La explosión de los troles y bots
Un contexto cambiante, como también subraya. «Inicialmente se decía que Internet era un espacio anárquico de libertad», recuerda, «pero ese proyecto originalmente era militar». Cierto, matiza que la propia infraestructura planteaba «una cierta horizontalidad», que podría apoyar esa premisa. Sin embargo, son los alborotadores, los troles, los que explotan esta capacidad. Y de ahí se pasa a la creación de perfiles automatizados, los bots, para dañar aún en mayor número.
«Eso demanda regularización», sostiene categórico Misseri. El problema que ve en ello está en el equilibrio entre «esa libertad de expresión que permiten estas redes y esos aspectos positivos que veían los pioneros y proteger a los individuos». Más cuando se viven episodios recientes donde queda demostrado que la «moderación» la realizan «los individuos privados».
¿Quién lo regula?
El ejemplo reciente lo ve en las plataformas que suspendieron los diferentes perfiles que mantenía el entonces presidente de Estados Unidos y los mensajes que compartía tras el asalto al Capitolio. «Los que hoy tienen el poder de ejercer cierto control en los espacios digitales son las grandes empresas, que son pocas y, en algunos aspectos, monopólicas». Por eso no duda en calificar esta situación como «peligrosa» y «no democrática»: «Incluso un tirano benéfico es peligroso porque si cambian somos vulnerables».
Si los sucesos del 6 de enero en Washington nos quedan lejos, Misseri tiene otro que nos queda mucho más cerca, en el propio móvil. Cuando la compañía WhatsApp lanzó un aviso a sus dos mil millones de usuarios pidiendo que aceptaran sus nuevos términos y condiciones de uso, se reabrió la polémica por cómo compartía los datos con su empresa matriz, Facebook. «¿Qué pasa cuando no podemos usar otras opciones?», se pregunta. Y no le faltan ejemplos de otros problemas, como las cookies publicitarias en las web o que la declaración tributaria se tenga que hacer en un determinado sistema operativo.
Las páginas y plataformas de Internet «no está completamente libre de regulación pero como individuo se está bastante desprotegido». Y no hay solución fácil para ese problema. Misseri reconoce que «es muy difícil proteger al ciudadano porque esto es transnacional por definición. Internet ha sido siempre un mecanismo para saltar las fronteras. Y los mecanismos tradicionales de regulación se encuentran con dificultades, igual desde el punto de vista ético porque ciertos valores cambian de acuerdo a las culturas. Y eso es problemático».
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La brecha de la ética digital
Aparte hay que lidiar con otro factor. La mayor complejidad de la vida contemporánea y de estas tecnologías crea una brecha entre los usuarios. «Y mucha gente no quiere saber lo que está pasando: ‘Quiero ver la película, quiero ver qué me dice mi amigo y ya está’», comenta. Eso, nos deja en una situación de vulnerabilidad frente a estas actitudes.
¿Qué solución nos queda? La formación. Ser conscientes de lo que manejamos y cómo nos afecta par así valorar que haya «más alternativas para interactuar y evitar los monopolios». A eso habría que añadir «que no solo haya políticas, concienciación o instrumentos jurídicos para frenarla, sino que realmente sea más accesible». En cualquier caso, concede que «es un proceso lento y difícil, ya veremos cómo nos va». Aún así, el afán lo tiene claro, «hay que hacer notar que el problema se va agravando».