Desde la cima del Mondúver, el Mediterráneo se abre como un espejo. Horas después, puedes estar mojándote los pies en la playa de Xeraco. Así de mágica es esta ruta. Hay lugares que te reconcilian con la tierra. Rincones donde el ritmo lo marca el vuelo de un águila o el crujido de una rama bajo las botas. Y si a eso le sumas playas tranquilas, gastronomía de kilómetro cero y pueblos con alma, el plan suena irresistible. Hoy te propongo una escapada redonda: del Macizo del Mondúver a la playa de Xeraco, en plena Safor valenciana. Un viaje corto en kilómetros, pero largo en sensaciones.
El Mondúver, guardián de la Safor
El Mondúver es mucho más que una montaña. Con sus 841 metros de altitud, es el techo de la comarca y un balcón natural que domina desde Gandia hasta Cullera. Lo reconocerás desde lejos por su forma de coloso y por la antena que corona su cima. Pero lo mejor está en sus faldas: un auténtico paraíso para senderistas.
Una de las rutas más populares es la que parte desde Xeresa, atraviesa la nevera del Mondúver (un antiguo pozo de nieve restaurado), y asciende hasta la cima. El camino es exigente, con tramos empinados, pero las vistas compensan cada gota de sudor. En días claros, se divisa Ibiza.
Otra opción es explorar la Cova de les Meravelles, una cavidad con estalactitas, estalagmitas y leyendas de contrabandistas. La cueva está cerrada al público de forma regular, pero se organizan visitas guiadas con cita previa. Merece la pena.
Para los que prefieren algo más tranquilo, hay rutas circulares más suaves que bordean la sierra entre pinares y aljibes medievales. La microreserva de flora del Mondúver esconde joyas botánicas que solo crecen aquí, como la Silene diclinis.
Xeraco, arrozales y tradición
Dejando atrás la montaña y se desciende hacia el mar, atravesando campos de naranjos y arrozales. Xeraco es uno de esos pueblos que mantiene su esencia agrícola a pesar de estar pegado al turismo de sol y playa. Su playa, por cierto, es de las más amplias y tranquilas de Valencia. Nada de bloques masificados ni chiringuitos ruidosos: aquí manda el silencio, el agua limpia y las dunas protegidas.
Un paseo por el casco antiguo de Xeraco también merece su tiempo. El Palau dels Sants Joans, del siglo XV, es uno de los edificios más antiguos y con más historia del municipio. Y en la iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de la Encarnación, se conservan restos barrocos y neoclásicos.
Pero lo que realmente define a Xeraco es su relación con el arroz. Aquí, el cultivo es una forma de vida y también de identidad. Si visitas en temporada (junio o septiembre), verás los campos inundados como espejos, con garzas y patos compartiendo espacio con los agricultores.
A la mesa: sabor a tierra y mar
La gastronomía de la zona es un reflejo de su paisaje: sencilla, honesta y deliciosa. En Xeraco, no puedes irte sin probar un buen arroz al horno o la clásica paella de pollo y conejo, preparada como manda la tradición.
También es típico el “esgarraet” con mojama, y para los más golosos, no faltan los pastissets de boniato o la torta de llanda con un café con hielo mirando al mar.
Si quieres una experiencia más completa, busca algún almuerzo popular en el área de acampada de la Font del Llop. Se trata de un área recreativa situada en el corazón del Mondúver, ideal para pasar el día en plena naturaleza, con merenderos, fuentes y sombra.
Naturaleza viva: marjales, aves y puestas de sol
Entre el Mondúver y la playa se extiende el Paraje Natural Municipal de la Marjal de Xeraco, un humedal que forma parte de la Red Natura 2000. Aquí puedes caminar o pedalear por pasarelas de madera entre cañas, libélulas y aves acuáticas.
Al atardecer, este lugar se convierte en un espectáculo: el cielo se tiñe de naranja, las aves regresan a sus nidos y el olor del salitre llega desde la cercana costa. Es uno de esos momentos que no se olvidan fácilmente.
Después de tanta caminata, historia y descubrimientos, lo suyo es terminar el fin de semana como empieza el verano: con un baño en la playa de Xeraco. Agua clara, arena fina y el sonido pausado del mar. Porque no hay mejor forma de despedirse de un lugar que mojándose los pies en su orilla.