Los datos recogidos en el libro destacan según cuenta Jorge Olcina, las evidencias del aumento de temperaturas y el efecto en las noches tropicales en la costa mediterránea

Olcina: «Las noches tropicales se han cuadruplicado en el Mediterráneo»

«El cambio climático no hay que venderlo con una imagen catastrofista», comenta Jorge Olcina. El catedrático de la Universidad de Alicante presenta Climes i temps del País Valencià, un libro coescrito con Enrique Moltó. En él repasan las evidencias científicas sobre el nuevo periodo de transición que vive el Mediterráneo. Según los datos que manejan, las noches tropicales, incluso ecuatorianas, ya forman parte de lo cotidiano.

«Estamos en un proceso de adaptación, de medio a largo plazo, que la gente no ve. No es un cambio radical. Pero, si no actuamos ya, los cambios serán más evidentes en 2040. Es un riesgo silencioso pero constante», alerta. De ahí, su propósito de poner al día todo lo investigado en los últimos años en la Comunitat Valenciana.

De la misma manera que se actualizó la ley, concluye, la intención del libro es hacer propuestas de actuación «porque la Administración se tiene que poner en marcha. Ya no tenemos mucho margen para desarrollar políticas de adaptación al cambio climático».

Los extremos, en cien kilómetros

En el libro recuerdan datos de los que Olcina cree que no se es consciente, como que en la Comunidad «coinciden en muy pocos kilómetros algunos de los lugares más secos de Europa con otros de los más lluviosos de España». Solo bastan cien kilómetros, los que hay entre Pego y San Miguel de Salinas para «encontrar una zona con una media de mil litros al año con otra que tiene menos de doscientos cincuenta». Y si se busca la comparación entre la costa y el interior, «tenemos climas de montaña mediterránea con la serranía ibérica de Castellón o Valencia y la bética nuestra, con subtropicales de la parte sur de la costa de Alicante».

La definición de subtropical no es en vano. «Uno de los efectos del calentamiento global aquí en la zona mediterránea que está siendo más evidente es que el mar está muy cálido», señala. Y a las pruebas se remite: «En las últimas tres décadas ha subido un grado y medio la temperatura, que eso es mucho en el agua del mar». Ese cambio tiene sus consecuencias. «Las noches de verano son muy calurosas en toda la línea de costa porque si el mar está a 26 o 27 grados, el colchón de aire no puede bajar. Y desde finales de los 70 hasta la actualidad, las noches tropicales que son las que el termómetro supera los 20 grados, se han cuadruplicado».

De esta manera, si hace tres o cuatro décadas estas temperaturas se alcanzaban en una decena o quincena de noches, en la actualidad «no bajamos de setenta. Es como si tuviéramos dos meses y medio seguidos con termómetros que no bajan de los veinte grados».

La noche ecuatorial

El calor en las noches de verano no se queda en esta situación, existe un grado superior. «Hemos llegado ya a que en muchas de esas noches tropicales, como se las denomina académicamente, el termómetro no baja de los veinticinco. Y ahí aparece un concepto nuevo, el de la noche ecuatorial. En nuestra zona mediterránea hay noches de julio y agosto que son de ese clima». Y esta es una realidad que ha ido creciendo desde el año 2000 hasta ahora, «y desde 2015 ya estamos hablando de entre diez y quince noches». Cualquiera que haya intentado dormir en una de ellas lo sabe: «Esa temperatura alta y con humedad genera una falta de confort climático. El aumento de esa incomodidad es una evidencia manifiesta».

Estas dos pruebas del cambio climático son los ejemplos que más fácilmente se pueden notar. «Porque cuando dices que la temperatura media ha subido, eso la gente no lo siente. Ahora, que por la noche no puedes dormir como hacías veinte o treinta años, sí», apunta el catedrático de la UA.

El siguiente aspecto que trata es el cambio del ciclo de lluvias. «No se ha producido una reducción drástica de lluvias porque la media está más o menos igual. Como también se mantiene que hay épocas más lluviosas y otras más de sequía. Lo que ha cambiado son dos cosas. En la estacionalidad de las lluvias, llueve un poquito menos en primavera y lo hace un poco más en otoño.

Con menos lluvias en primavera

Eso tiene consecuencias ya destacadas. «La lluvia de primavera es fundamental para el campo y para guardar reservas en el verano. Si la tendencia sigue, tendríamos un problema de cara a la planificación hidrológica». Para Olcina, sería necesario «tener claro que no va a llover tanto en invierno y primavera, que es lo problemático». Pero si las lluvias en el último cuatrimestre aumentan, ¿cuál es el problema? Estas suelen ser más torrenciales, lo que significa que son «muy poco aprovechables porque de momento nuestro territorio no está preparado para aprovecharlas».

Y eso lleva a una de las voluntades que marca el libro. Asumir que hay que cambiar el planteamiento para encarar el nuevo panorama. «Hay un capítulo que hemos titulado Cuando el cielo se enfada, con los fenómenos extremos que hay en lo que normalmente se ve como un clima muy suave y dulce». Los modelos de calentamiento de cambio climático están marcando que una atmósfera más cálida es más movida. Y si ya tenemos extremos, estos se acrecientan». Eso se traduce en que aparecen con más frecuencia: «Caen de forma más intensa. En menos minutos, las tormentas concentran las misma cantidad de agua».

Más agua en menos tiempo significa problemas en muchas de las ciudades de la Comunidad. «Muchas no están preparadas para asumirlo. El libro incluye una serie de recomendaciones para que Ayuntamiento y Generalitat empiecen a diseñar políticas de ordenación del territorio que tengan en cuenta esto». Un ejemplo que pone es que en las ciudades del litoral, todos los colectores deberían de estar adaptados a esta realidad, «si no, cada dos por tres tendremos problemas de inundaciones».

Veranos más largos

Aparte del riesgo de inundación hay otros que se están sumando y que reflejan en el libro: Temporales marítimos más frecuentes con efectos en la costa. Tornados que ya llegan a tierra adentro, como han visto en Gandia o en la Vega Baja. Olas de calor que se presentan con más frecuencia y que obligan a tener en cuenta los protocolos sanitarios porque afectan a gente mayor y niños.

El repaso de ese panorama le hace plantear cómo afecta a la economía. «En la Comunidad Valenciana, el turismo de sol y playa se verá beneficiado porque la temporada turística se va a prolongar. Aunque es cierto que en el centro del verano la incomodidad climática puede ser menos favorable para que venga gente. Sin embargo, pueden venir en junio o septiembre y octubre. Con lo que el sector se tiene que empezar a plantear eso».

Si ese se puede considerar un efecto beneficioso, en otros sectores, como el sector agrario, hay que revisarlo. «A los cultivos de secano, si no se les garantiza un mínimo de riego pueden pasarlo mal y reducir la producción», indica. Y en el regadío, «en un ambiente más cálido y con humedad habrá que ver cuáles son los cultivos más adaptados». Olcina concluye volviendo al motivo inicial del libro, «estamos ahora en el proceso de plantearlo».

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