Andreu Escrivà presenta Y ahora yo qué hago. Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción, un libro con un claro enfoque práctico. Si arranca preguntándose por qué lo escribe, es para hacer énfasis en que la respuesta se dirige a su preocupación por el lector, «para que lo leas», cuenta con naturalidad. Experto divulgador, por esa labor ya fue premiado con su anterior trabajo Aún no es tarde: claves para entender y frenar el cambio climático.
—Habla de ese enfoque práctico y de que aquí no se trata de engordar la mochila de la ecoansiedad, ¿por qué le interesaba este enfoque en concreto?
—En este caso sí que es verdad que consideraba necesario decir oye, ¿yo por qué estoy escribiendo esto? Ya tengo el libro anterior, Aún no es tarde, en que lo que trata de hacer es explicar el cambio climático. ¿Dónde está el problema, qué podemos hacer, cuáles son las soluciones al alcance de nuestra mano? Podría parecer que ya lo he dicho todo con respecto al cambio climático. Sin embargo, después de presentar este libro durante durante tres o cuatro años, había mucha gente que se quedaba con una sensación de pero ¿yo qué hago?. Es decir, me explica el cambio climático. Vale, sé que es un problemón. Vale, sé que hay también soluciones sistémicas muy, muy importantes. Pero se quedaron con esta necesidad de entender por dónde tenían que ir sus pasos y qué palancas podían activar.
Este libro y el porqué lo escribo es para dar respuesta a todas o a gran parte de las preguntas que me han ido planteando durante los últimos años en infinidad de charlas, conferencias, mesas redondas, etcétera. Un libro que nace puramente de recoger el sentir de la gente al respecto del cambio climático. La gente que va a estas charlas y se interesa, aún así, tiene cierta desorientación y, sobre todo, frustración.
Al final, la ecoansiedad que mencionabas en lo que se cristaliza es en esta sensación de que no podemos hacer nada, de que somos impotentes ante este problemón y de que además estamos haciéndolo mal todo el rato. Es decir, sé que el cambio climático es un tema enorme, pero es que además lo hago mal. Cojo el coche para trabajar o tengo que comprar esto y voy con bolsas de plástico o si me voy de viaje para desconectar lo hago en avión. Ante la perspectiva de no poder hacer nada para frenarlo, y que, encima, hay empresas que tienen mogollón de culpa y que cuando intentamos hacer algo parece que nunca llegamos a hacerlo como toca, mucha gente, dice: ‘Oye, pues esto lo dejo estar’. Y yo no quiero eso.
—Esa intención se refleja en el claro enfoque didáctico del libro y cómo plantea el contenido. En ese apartado que arranca con ¿y por qué yo no hago nada?, dice que no lo hemos contado bien. ¿Por qué?
—Porque era muy difícil de contar. Aplicamos un enfoque equivocado en el sentido de que estábamos contando el cambio climático los científicos, los divulgadores, los periodistas, las administraciones. Y lo estábamos contando con la idea de decir: Mira, que hay fuego, vamos a huir, ¿no? Y pensando que, una vez mostráramos el fuego a la ciudadanía, pues nos íbamos a mover. Pero es que el cambio climático no es un fuego que amenaza a nuestra vida. El cambio climático es un problema que se percibe como un evento futuro. Muy lejano, también en el espacio. Por eso yo tampoco abogo por el oso polar como símbolo del cambio climático, porque nos queda muy lejos.
Lo hemos ido contando mal porque, cuando lo contábamos, esperábamos que la gente reaccionase. No ha reaccionado. Encima, le hemos dado más voz de la que tocaría a gente que defendía posturas indefendibles: negacionistas del cambio climático y gente cuyo único objetivo era meter información de dudosa procedencia en el debate sobre la cuestión. Y al final, todo esto genera un montón de distorsiones en la gente.
Y veía que era un tema confuso, que era un tema que aún no estaba claro, que quedaba muy lejos y que las acciones que se estaban llevando a cabo no coincidían con lo que se estaba diciendo. Cambio climático es una de esas cosas que ahora hemos visto. Se habla de emergencia climática y se dice que esto es importantísimo y terrible. Y, sin embargo, las acciones que se están haciendo… Pues, bueno, muy drásticas no son. No es como el caso del coronavirus: que se dice que estamos en emergencia sanitaria y lo vemos, pero todos los días.
Entonces, esta sensación de que lo hemos contado como si fuera un prospecto de medicamento: con muchos gráficos, con muchas partes por millón, fórmulas, fotografías muy técnicas de retroceso de glaciares… Esto es una historia humana fundamentalmente. Y la hemos contado con referentes no humanos y muy técnicos. Hay que bajar, hay que traducir esos datos, hay que trasladarnos a la realidad cotidiana y hay que vincularlo con emociones, con humor, con paisajes, con historias y con nuestra identidad.
—En ese sentido, de llevarlo a lo humano, dedica un apartado a desmontar las excusas por la inacción. ‘Esto no está pasando, no me tocará, es demasiado tarde para hacer nada, no sabemos lo suficiente para actuar’… Y todo esto nos llevará a la parte ‘Entonces, ¿yo qué hago?’.
—Te voy a confesar que borré la última línea del libro porque era otra vez esa pregunta: Y ahora ¿yo qué hago? Y decía: pues cerrar el libro, coger la portada, tachar el título y poner ‘Y ahora ¿nosotros qué hacemos?’.
Lo que quería contar en esta última parte es que no existen las soluciones puramente individuales al cambio climático. El libro engaña un poco –adrede, por supuesto–, en el sentido de que han proliferado mucho los manuales para una vida sostenible y para ser muy eco. Y parece que al final la responsabilidad la tengamos solo los ciudadanos. Y no es así, por supuesto. Pero, a la vez, el problema está en que las acciones colectivas que podemos emprender la ciudadanía también empiezan desde lo individual y lo que deberíamos intentar hacer. Y el sentido del libro es no centrarnos en acciones individualistas, pero sí entender que la acción individual es la que va a impulsar ese resorte necesario para la acción colectiva.
Cuando uno se quiere unir a una asociación de barrio, empieza por una acción individual. Quería contar eso y también como hay algunos elementos, básicamente dos, el tiempo y los valores. Ambos, que están en la raíz de la insostenibilidad, son mucho más profundos. Y desde luego, deberíamos de abordarlos mucho antes que la cuestión de si bajo a comprar con la bolsa de tela o de plástico.
Al final, lo que no quería tampoco era una lista de deberes. Es decir, que la gente se acordara de mi libro con la sensación de que había puesto mogollón de deberes. Al final hay herramientas e ideas, pero nunca con esa intención de decir ¿ahora hago esto o no? Yo espero que el libro deje incluso más preguntas que respuestas. Y que, a la vez, también anime con opciones y dé motivos para actuar frente al cambio climático.
—De hecho, la parte final, el anexo, es el por dónde empezar. ¿Por dónde se debería?
—Aquí diría dos cosas. La primera es que las investigaciones demuestran que es mejor empezar por un cambio fuerte, drástico. Si conseguimos cambiar alguna parte de nuestra vida en línea con lo que pensamos, creamos una narrativa interior que nos anima al cambio. Antes se solía adoptar siempre un enfoque de ir poco a poco. Primero se separa el plástico, luego cambias las luces a led, luego algún día coges la bici y luego te venden la forma incrementarlo. Mediante, digamos, la adopción de medidas más ambiciosas, lo que hacemos es convencernos de que lo podemos hacer de alguna forma. Eso es lo primero. Lo más importante es que podemos hacer frente al cambio climático. No dejemos de hablar de esto cuando salimos de ciertos círculos. Sigamos hablando.
Hay muchísima gente a la que le importan algunos temas y no deja de hablar de ellos. En nuestro caso, tenemos que expresar que esto nos importa sin ser unos chapas. Luego, otra cosa que es importantísima: luchar por nuestro tiempo en todos aquellos aspectos, ámbitos y parcelas que podamos. Tenemos que luchar por tener más tiempo. El no tener tiempo es una de las raíces fundamentales de la insostenibilidad. Y, después, mucha gente se confunde cuando va a comprar: ¿cuál será el aparato más ecológico, la chaqueta más ecológica, el alimento más ecológico? A ver, hay una norma de oro: ¿qué es lo más ecológico? Siempre es lo que llevas puesto. Lo que ya tenemos y hacerlo durar es la opción siempre más ecológica.
Hay que reducir el consumo –sea como sea–, ser más eficientes y sobre todo, pensar, pararnos a pensar. Yo creo que eso es fundamental. De ahí la necesidad del tiempo. No tenemos que pararnos a pensar si necesitamos determinadas cosas, si realmente preferimos ir a una web de vuelos baratos. Ahí estamos otra vez para planificar la compra, para ir a las tiendas y no a supermercados, porque solo tenemos un día cada dos semanas para comprar. Es decir, tenemos que luchar en esos ámbitos.
—¿Y después?
—Unirnos con otras personas: desde asociarse en el barrio hasta unirnos a un medio de comunicación. Tenemos que unirnos con otras personas para dar salida a todas estas inquietudes. Pero, sobre todo, a todas estas acciones que como personas aisladas nunca vamos a poder realizar al 100 por ciento. Lo importante es seguir hablando de cambio climático. Así que nada, seguiremos.